domingo, 15 de marzo de 2020

La idea de Progreso


La idea de progreso


Con la llegada del pensamiento moderno, la idea de progreso ha sido aquella que nos ha permitido explicar los procesos históricos y los cambios en las sociedades a partir de un desarrollo evolutivo. El contraste con la Edad Media era elocuente; a grandes rasgos podemos decir que en ella, el espíritu religioso dominante afirmaba la existencia de otro mundo en el cual la humanidad encontraba un estado de felicidad final, bajo la tutela de la Providencia divina. La vida social estaba atravesada por el despliegue de una moral de origen divino, dirigida a la salvación de las almas y a una vida eterna sin conflictos, posterior a la vida mundana. El mundo estaba bajo la mirada atenta de Dios y la historia de las sociedades no era más que la realización de una idea trascendente, gobernada por una mirada divina capaz de anticipar el futuro. De allí el concepto de Providencia, cuyo significado etimológico, referido a Dios, es “el que ve hacia adelante”.
La modernidad inaugura una nueva concepción del tiempo histórico: ya no es lo eterno sino lo mundano el objeto de preocupación; ya no la esperanza y la Providencia, sino el cálculo y el pronóstico. Ya no el imperio religioso, sino el Estado moderno. Como vemos, si el problema principal era el de pensar el futuro de la raza humana, el pasaje del mundo religioso al moderno significaba una administración política del tiempo histórico.
 Esto quiere decir que van a ser las mismas producciones humanas aquellas que marquen el ritmo evolutivo de la historia. La confianza en la idea del progreso de la humanidad marcaba un antes y un después: la Edad Media era considerada como una etapa oscura frente a la luz que traía el progreso de las ciencias de la modernidad.
Les propongo ver el fragmento de un video en el que se marcan ciertas características del mundo moderno a través de una discusión política entre estudiantes universitarios. Las posiciones tomadas por los alumnos señalan tres actitudes distintas. Lo que podemos preguntarnos es si esas posiciones no suponen a la vez épocas históricas diferentes. ¿Hay continuidad o ruptura entre ellas? Veamos el video:
Disponible en: www.encuentro.gov.ar/sitios/encuentro/programas/ver?rec_id=50590
Esta confianza en el progreso se ponía de manifiesto en todos los campos: en la economía, en la filosofía de la historia, en la poesía o en la filosofía del siglo XVIII en adelante. Desde ya en la evolución de la ciencia, en tanto el progreso continuo en el conocimiento humano fue la principal condición del progreso en general. Era la confianza en el desarrollo de la humanidad, en su mejoramiento, sostenida en el poder de control sobre la naturaleza.
“Que añore aquel que guste los buenos tiempos viejo (…) En cuanto a mí, doy gracias a la sabia Natura, Que por mi bien me hizo nacer en esta edad (…) El aseo, el buen gusto, los bellos ornamentos: Todo hombre bien nacido tiene esas aficiones Mi corazón inmundo se siente complacido Al ver en torno mío la feliz abundancia (…) Todos sirven al lujo y al placer mundanales, ¡Ah, este siglo de hierro es sin duda un buen siglo! (…) Mi muy querido Adán, mi glotón, mi buen padre, ¿trabajabas tal vez para tus necios hijos? Acaso acariciabas a doña Eva, mi madre? Reconced, pardidez, que tenías los dos Uñas bastante largas, algo negras y sucias, Los cabellos hirsutos y mal distribuidos, La tez bien oscura, la piel gris y curtida. En donde no hay limpieza el amor más feliz Deja de ser amor: es vil necesidad. (…) En dónde te encontrabas, terrenal Paraíso, El Paraíso está allí, donde yo estoy.”
Fragmento del poema El Mundano de Voltaire

La Exposición Universal de París de 1889, momento en el cual se inaugura la Torre Eiffel, muestra el poder del saber moderno a través de los nuevos procedimientos de construcción, de la innovación en las máquinas, en las nuevas formas de la poesía o la música, en la minerología, la industria, etc. Era la celebración mundial del triunfo de las ciencias y el anuncio de de una época de felicidad y futuro prominente para la civilización.
Es una de las ferias más importantes de la historia, realizada en la conmemoración del centenario de la Revolución de 1789. Fue visitada por más de treinta millones de personas durante los seis meses en los que estuvo abierta. En ella se expusieron todas las novedades técnicas de la época: máquinas a vapor, sistemas viales, telégrafos, etc. Argentina participó son un Pabellón enorme y fue premiada la ciudad de La Plata como “Ciudad del futuro”.
La producción en serie extendió a la vida cotidiana los beneficios de la era tecnológica. Hemos visto las conocidas imágenes del cine norteamericano, en la que los vendedores de electrodomésticos golpeaban las puertas de las casas ofreciendo estufas, licuadoras o batidoras eléctricas. Lejos de vender un nuevo artefacto técnico, lo que ofrecían en realidad era un modo de vida feliz. Los cambios en la industria y la masividad del consumo a partir de la década de 1970, sumado al pasaje de lo analógico a lo digital, esto es de la mecánica a la electrónica, aceleraron aún más el despliegue de la técnica en todas las áreas. Esto trajo una serie de transformaciones, no sólo respecto de los nuevos artefactos técnicos, sino en todos los campos sociales. Una nueva realidad parece imponerse desde entonces. Por ello sostiene el filósofo italiano Umberto Galimerti:
“Debido al hecho de que habitamos un mundo que está técnicamente organizado en cada una de sus partes, la técnica no es más un objeto de nuestra elección, sino que es nuestro ambiente, donde fines y medios, objetivos e ideas, conductas, acciones y pasiones, e incluso sueños y deseos están técnicamente articulados y tienen necesidad de la técnica para expresarse. Por todo esto, habitamos la técnica irremediablemente y sin elección.”

Umberto Galimberti es psicoanalista y profesor de filosofía de la historia y psicología dinámica en la Universidad de Venecia. Tiene una prolífica producción intelectual. Entre sus libros se destacan Heidegger, Jaspers y la decadencia de Occidente, Psique y tecné. El hombre de la era de la tecnología, Huellas de lo sagrado (2000), inquietante The Visitor (2007), Los mitos de nuestro tiempo (2009), entre otras.
Diferencia sustancial respecto del mundo moderno: la técnica deja de ser un instrumento, deja de ser una elección de los hombres, para volverse condición de posibilidad del hacer humano contemporáneo. Por ello, otra configuración de las prácticas y la emergencia de otros discursos y de una nueva trama conceptual. ¿Son cambios sucesivos o se trata de una ruptura? ¿Estamos en un mundo que es continuidad del anterior o es otro distinto?
 Como decíamos en la presentación, desde hace más de cuatro décadas el pensamiento filosófico habla de que formamos parte de una nueva era. Primero fue llamada post-modernidad, un término que suponía que la concepción moderna del pensamiento ya estaba caduca y que era necesario enfrentarse a otras modalidades de construcción de sentido. Se anunció el fin de la historia, el agotamiento de los relatos, la muerte del sujeto, el acabamiento de las ideologías; es decir, la conclusión de una manera de entender el mundo que había durado desde el siglo XVII hasta el último tercio del siglo XX. Mutación de los lazos sociales, nuevos procedimientos para la legitimación del saber, un cambio profundo en la construcción del sentido: la modernidad, como un relato unificador de las acciones humanas, pierde su vigencia para dar lugar a un nuevo estado de cosas, vinculado a la informatización de la sociedad y al despliegue vertiginoso de la técnica.
 El filósofo francés Jean-Francois Lyotrad publicó en el año 1979 el libro La condición posmoderna, dando inicio a una serie de debates sobre los cambios en la sociedad contemporánea. Habla allí del régimen tecnocrático de las sociedades actuales; del fin de las metanarraciones que legitimaban el saber de la época moderna; del entorno competitivo actual que tiende a optimizar su racionalidad. Su libro se inscribe en una crítica política al sistema actual, a la vez que la descripción de un nuevo estado de cosas, de una nueva época a la que llama posmodernidad.
Más allá de las diferentes formas de nombrar a esta nueva época y de los intereses que hicieron de la posmodernidad una forma discursiva de deslegitimación del pensamiento político, el diagnóstico de una transformación en las sociedades contemporáneas resulta elocuente.
¿Qué es una discontinuidad histórica?
A los efectos de analizar las transformaciones de la época actual, es preciso comprender una dinámica de los cambios sociales que, lejos de pensar a las sociedades en términos de progreso, busca reconocer las discontinuidades que se dan en ellas. No hay entonces sucesión sino eventos singulares que conforman un nuevo entramado discursivo y nuevas formas de ver, que no se presentan como efectos de lo anterior.

En sus distintos trabajos sobre el surgimiento del mundo moderno, el filósofo Michel Foucault analiza la emergencia de un nuevo sistema de pensamiento a partir de los siglos XVII y XVIII, diferente al de la época anterior, conocida como época clásica. Su análisis está centrado, en particular, en referencia a los cambios en la medicina y en el sistema penal. Así en sus libros Historia de la locura en la época clásica y Vigilar y castigar explica la procedencia de nuevas definiciones o nuevos conceptos en los dispositivos del saber moderno (la locura o la peligrosidad de los delincuentes), inexistentes hasta entonces, y de nuevas formas de procedimientos sobre las vidas de las personas (el encierro). Esto significó la creación de instituciones que, como el hospital psiquiátrico o la prisión, respondieran a un nuevo entramado histórico distinto al de la época clásica. A partir de allí, surgen otros discursos y otros ámbitos de visibilidad: hay un saber sobre la locura y un saber sobre la criminalidad que en muy poco tiempo reemplaza a los procedimientos utilizados para los alienados y los delincuentes.
¿Cuándo empezó a programarse el hospital como un instrumento terapéutico, instrumento de intervención en la enfermedad o el enfermo, instrumento capaz, por sí mismo o por alguno de sus efectos, de curar?
Es preciso preguntarse cómo ha sido posible un cambio tan drástico; […] qué ha sucedido para que la cárcel, institución reciente, frágil, criticable y criticada, haya podido penetrar en el campo institucional […]; a qué exigencia funcional responde.
 Importa aquí, no tanto el objeto de estudio desarrollado por Foucault, sino el análisis de la irrupción de un nuevo sistema de pensamiento puesto de manifiesto en distintos campos: en la medicina y en el derecho penal, pero también en las formas de la pedagogía moderna, o en la emergencia de la sexualidad como parte de la construcción de la subjetividad moderna, o en el surgimiento de la familia burguesa como institución de disciplinamiento y control. Campos diferentes que responden a un mismo dispositivo en el que se reúnen elementos heterogéneos. Se trata entonces de la irrupción de un nuevo entramado político y social, no de una sucesión lineal respecto de la época anterior o de una continuidad progresiva, sino de un acontecimiento. Esto es, una discontinuidad histórica a partir de la cual el mundo moderno define sus prácticas y sus discursos. Para ello, para que esta incisión en la historia sea posible, es preciso desactivar aquellas ideas trascendentes que hacen de los cambios un análisis global e integrador. El pasaje del suplicio a la prisión, por ejemplo, no es por el progreso en la humanización de la pena o por una evolución del castigo penal; si el loco deja de ser un fabulador, como lo era en la época clásica, para pasar a ser un enfermo mental, no significa que haya una mayor comprensión de los alienados. Insistimos: no hay progreso o sucesión, sino prácticas y discursos diferentes, relativos a “exigencias funcionales” distintas y concerniente a las relaciones de poder propias de cada época.
El concepto de discontinuidad le permite a Foucault reconocer la emergencia de nuevos problemas y un conjunto de respuestas que se elaboran en función de las nuevas condiciones históricas emergentes en la modernidad. En este sentido la idea de progreso resulta un obstáculo para la comprensión de la época, un modo de suturar las diferencias entre un mundo que se abandona y otro que emerge. Ahora bien, no cualquier evento nos autoriza a pensar que allí hay una discontinuidad; es necesaria la gestación de otros procedimientos, de un emplazamiento diferente para el sujeto, de una nueva configuración de objetos, de una mutación que plasma otros sentidos en función de un reacomodamiento en las relaciones de poder. Como decíamos, el loco, por ejemplo, entendido como un enfermo mental, como un “anormal”, es un emplazamiento subjetivo relativo a la modernidad. Lo mismo para el delincuente: si en la época clásica se los sometía al castigo del suplicio público, si era torturado hasta morir, a partir de la modernidad es tratado como alguien que puede ser recuperado para la sociedad.
“Damiens fue condenado, el 2 de marzo de 1757, a "pública retractación ante la puerta principal de la Iglesia de París", adonde debía ser "llevado y conducido en una carreta, desnudo, en camisa, con un hacha de cera encendida de dos libras de peso en la mano"; después, "en dicha carreta, a la plaza de Grève, y sobre un cadalso que allí habrá sido levantado [deberán serle] atenaceadas las tetillas, brazos, muslos y pantorrillas, y su mano derecha, asido en ésta el cuchillo con que cometió dicho parricidio, quemada con fuego de azufre, y sobre las partes atenaceadas se le verterá plomo derretido, aceite hirviendo, pez resina ardiente, cera y azufre fundidos juntamente, y a continuación, su cuerpo estirado y desmembrado por cuatro caballos y sus miembros y tronco consumidos en el fuego, reducidos a cenizas y sus cenizas arrojadas al viento”.
M. Foucault. El cuerpo de los condenados. En Vigilar y Castigar. Buenos Aires: Siglo XXI. Pág.11.

De una muerte cruel pasamos, en muy poco tiempo, al cuidado, atención y educación del delincuente. ¿Cuál es la razón para este cambio? Desde una perspectiva clásica se sostiene que es un progreso humanista, una evolución en las formas de castigo. Para Foucault el motivo de esta mutación es la necesidad de un aumento en la productividad económica; por ello se los recupera, porque el incremento de mano de obra es necesario para la economía capitalista emergente. Asimismo, a partir de este nuevo diagrama, surgen nuevas instituciones y, con ello, una nueva forma de gestionar a la población a través de una administración racional del tiempo y de una distribución de los cuerpos en el espacio. Vamos a ver, en las próximas clases, cómo esta forma se extiende a la escuela, también gobernada por un principio de productividad para los alumnos.
Si el soberano requería de la muerte de sus súbditos para la guerra, el estado moderno administra a esos cuerpos con el fin de volverlos productivos; si los locos eran enviados a navegar de manera permanente, en la modernidad se los interna en el hospital psiquiátrico con el fin de curarlos y reincorporarlos a la sociedad. Se trata entonces de una mutación en las prácticas, una discontinuidad en la historia que nos permite pensar a dos épocas sucesivas, no desde la sucesión o el progreso, sino desde las diferencias.

Siguiendo estos parámetros elaborados por Foucault y extrapolando su análisis a la época actual podemos preguntarnos si habitamos nosotros una nueva época, como dicen algunos pensadores actuales, y si siguen siendo eficaces las instituciones modernas a los efectos de intervenir sobre la subjetividad contemporánea.